Pero ¿cómo podría ser una virtud el silencio corporal?
Uno tendería a decir que, en esos momentos, el cerebro funciona a cámara lenta y reduce al mínimo sus actividades biológicas, como si se pusiese en modo «ahorro de energía»… Pero ¡no es así! Incluso sucede justamente lo contrario: en reposo, nuestro cerebro es el escenario de una actividad espontánea muy poderosa.
Es en 1924 cuando Hans Berger, un neurobiólogo alemán, constata por vez primera la existencia de una actividad cerebral intensa asociada al silencio corporal.
Con ayuda del mejor galvanómetro de la época, logra registrar minúsculas fluctuaciones eléctricas, del orden del microvoltio, en la superficie del cuero cabelludo. Mejor todavía: contrariamente a lo esperado, Berger observa que esta actividad eléctrica proveniente del córtex o corteza cerebral (la capa de sustancia gris con pliegues sinuosos que constituye la envoltura de los dos hemisferios) dista de ser un ruido anárquico: adopta la forma de una onda que se calma y se activa alternativamente, a imagen de un oleaje ondulante en la superficie del océano. El investigador comprende asimismo que estas ondas cerebrales específicas, denominadas ondas alfa, de una amplitud muy grande (diez ciclos por segundo, o sea, diez hercios), están presentes incluso mientras estamos durmiendo, soñando o mirando el techo sin pensar en nada.
Así pues, mientras estamos en reposo, ¡el cerebro permanece activo!
(Cerebro y Silencio – Michel Le Van Quyen)